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El aprendizaje social: compromiso para
asumir retos en las aulas disruptivas
Leisa Daniela Rodríguez Rodríguez1
Melanny Paola García López2
mo citar este arculo / To reference this article / Para citar
este artigo: Rodríguez-Rodríguez, L. D. y García-López, M. P. (2025).
El aprendizaje social: compromiso para asumir retos en las aulas
disruptivas. Revista UNIMAR, 43(1), 41-55. https://doi.org/10.31948/
ru.v43i1.4224
Fecha de recepción: 6 de junio de 2024
Fecha de revisión: 6 de septiembre de 2024
Fecha de aprobación: 20 de noviembre de 2024
Resumen
El objetivo primordial de este estudio fue potenciar el aprendizaje social en
entornos educativos mediante el juego pedagógico, con el propósito de disminuir
las conductas disruptivas. Para ello, se empleó la metodología cualitativa y la
investigación acción. Los resultados del análisis descriptivo de los relatos de
cada participante revelaron las posibles causas de la aparición de las acciones
disruptivas. Estos hallazgos resaltan la importancia de los principios de la
pedagogía para adoptar un rol activo durante la primera infancia y fomentar
el autocontrol y la socialización. Finalmente, cabe señalar que las pautas de
crianza deben cimentarse en el respeto, ya que les permite a los niños resolver
conductas mediante el diálogo y así lograr el bienestar grupal.
Palabras clave: desarrollo afectivo; habilidades sociales; infancia; juego
pedagógico; resolución de conflictos
1 Corporación Universitaria Iberoamericana, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: lrodr164@estudiante.ibero.edu.co
2 Corporación Universitaria Iberoamericana, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: mgarci56@estudiante.ibero.edu.co
Artículo resultado de la investigacn titulada: El juego pedagógico para minimizar conductas disruptivas en niños y niñas de 5 a 6
años, desarrollada desde febrero de 2023 hasta mayo de 2024.
Revista Unimar Enero-Junio 2025
e-ISSN: 2216-0116 ISSN: 0120-4327 DOI: https://doi.org/10.31948/rev.unimar
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Social Learning: Commitment to taking on
challenges in disruptive classrooms
Abstract
The primary objective of this study was to enhance social learning in educational
settings through educational play with the goal of reducing disruptive behaviors.
To this end, qualitative methodology and action research were used. The
results of the descriptive analysis of the narratives of each participant revealed
the possible causes of the occurrence of disruptive actions. These findings
underscore the importance of pedagogical principles for taking an active role
in early childhood and promoting self-control and socialization. Finally, it should
be noted that parenting guidelines should be based on respect, as they allow
children to resolve behaviors through dialogue, thus achieving group well-being.
Keywords: affective development; social skills; childhood; pedagogical play;
conflict resolution
Aprendizagem social: compromisso de enfrentar
desafios em salas de aula com problemas
Resumo
O objetivo principal deste estudo foi aprimorar a aprendizagem social em
ambientes educacionais por meio de jogos educativos com a meta de reduzir
comportamentos perturbadores. Para isso, foram utilizadas a metodologia
qualitativa e a pesquisa-ação. Os resultados da análise descritiva das narrativas
de cada participante revelaram as possíveis causas da ocorrência de ações
agitadoras. Essas descobertas ressaltam a importância dos princípios pedagógicos
para assumir um papel ativo na primeira infância e promover o autocontrole e a
socialização. Finalmente, deve-se observar que as diretrizes parentais devem ser
baseadas no respeito, pois permitem que as crianças resolvam comportamentos
por meio do diálogo, alcançando assim o bem-estar do grupo.
Palavras-chave: desenvolvimento afetivo; habilidades sociais; infância;
resolução de conflitos; brincadeiras pedagógicas
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e-ISSN: 2216-0116 ISSN: 0120-4327 DOI: https://doi.org/10.31948/rev.unimar
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Introducción
La brecha actual en el aprendizaje y desarrollo
integral de los más pequeños exige un
replanteamiento de las prácticas pedagógicas.
A pesar de los puntos de vista emergentes que
abogan por la priorización de los estudiantes
dentro del marco educativo, las estrategias
pedagógicas que se centran en el maestro siguen
dominando las instituciones educativas como
punto focal de la difusión del conocimiento, lo
que conduce a un descuido significativo en el
desarrollo integral, particularmente en el ámbito
de las competencias sociales, características
de la primera infancia. Esto se evidencia en el
aumento de conductas agresivas y egocéntricas
en las aulas, debido, muchas veces, a la falta
de implementación de dinámicas socializadoras
por parte de los docentes. En este contexto, es
evidente la necesidad de profundizar en “nuevas”
dimensiones, lo que implica una investigación
activa y participativa estrechamente vinculada
con el entorno y los desafíos del grupo
demográfico estudiado.
Algunos autores como Barajas y Camargo
(2022) identifican una tendencia preocupante:
un incremento en los casos de violencia física,
sexual y psicológica en las escuelas. Estas
transgresiones tienen consecuencias inmediatas
y a largo plazo, obstaculizando el progreso y
bienestar futuro de los menores. Por lo tanto, es
urgente implementar intervenciones y sistemas
de apoyo para abordar esta problemática de
manera integral.
Diversos estudios aportan bases teóricas para
abordar la problemática. Ardila et al. (2021)
proponen una estrategia pedagógica basada en
el juego cooperativo, permitiendo a los niños
intercambiar acciones de forma positiva. Esta
estrategia busca inhibir conductas disruptivas
y fomentar el desarrollo social desde una
dimensión corporal, relacionando la educación
física con la evolución de los sujetos y la
interacción entre pares.
Por su parte, Olivares et al. (2021) examinan la
influencia de los comportamientos inadecuados
en el desempeño académico. El resultado de
este estudio indica que los comportamientos
agresivos son un reflejo de las acciones
observadas en el entorno de los menores.
En sintonía con esta información, existe la
necesidad de profundizar en la enseñanza de
valores, el desarrollo de habilidades sociales
y el trabajo en relaciones interpersonales.
Además, estos autores resaltan la importancia
de generar ambientes sanos y agradables en
las instituciones educativas, enfocándose en
la sana convivencia donde se involucren a los
padres de familia en los procesos académicos
de sus hijos.
De otro lado, Jiménez (2021) propone
investigar estrategias de prevención basadas
en un enfoque cualitativo, ya que, según la
autora, explora una recopilación de técnicas
que permiten a los niños tener mayor control
emocional, considerando el vínculo familiar
como eje transversal. De este modo, se denota
la necesidad que, durante los primeros años
escolares, se aborde dicha problemática, con
el fin de prevenir que estas sean las causantes
de problemas sociales a futuro. Entonces, la
brecha en el aprendizaje y desarrollo integral de
los menores exige una profunda transformación
de las prácticas pedagógicas; por ende, es
necesario implementar estrategias innovadoras
que fomenten el desarrollo social, la sana
convivencia y la participación activa de los
actores en las vidas de los niños.
En línea con los resultados de la investigación,
en este artículo se presentan los referentes
teóricos que sustentan la reflexión sobre las
infancias. Para iniciar, infancia, según Piaget
(1977, como se citó en De Ara, 2021), es una
etapa vital o un periodo donde los niños y
niñas se autorreconocen y adoptan lo que
observan en su entorno; por ende, durante
esta etapa, la socialización entra como un
recurso evidente para el funcionamiento de
los menores, puesto que es donde ellos se
posicionan frente a la interacción de normas
que aplican en la comunidad donde se fomenta
la cultura de los participantes.
En consonancia, la perspectiva cultural
propuesta por Bruner (como se citó en
Rodríguez y Rojas, 2018) reconoce que el niño
es el protagonista de su proceso, quien organiza
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la información por esquemas metacognitivos,
información que va descubriendo por medio de
la observación y la convivencia en el entorno;
todo esto se suscita acorde con el avance que
va demostrando en su propio desarrollo, de
forma independiente y creativa.
Desde esta perspectiva, el Instituto Colombiano
de Bienestar Familiar (ICBF, 2021) confirma
que, para los niños, es indispensable tenerlos
en cuenta como sujetos con derechos, donde
se les brinde oportunidades de interactuar
con la sociedad, debido a que cada uno da
aportes que vinculan su contexto. De ahí que
la necesidad educativa de formarlos con la
destreza de adaptabilidad a diversas situaciones
se constituye en un aporte fundamental a las
características propias de su desarrollo, que
deben ir más allá del aula y así puedan enfrentar
retos según la etapa de desarrollo en la que se
encuentran.
Entonces, en las primeras etapas de la
educación, es común observar algunas
conductas disruptivas, las que se caracterizan
por algunas dificultades en el desarrollo normal
de las actividades y el aprendizaje. Tal como lo
señalan Gómez y Tapia (2013, como se citó en
Rogel, 2017), estas conductas disruptivas pueden
definirse como aquellos comportamientos
inadecuados que obligan al docente a invertir un
tiempo considerable en su manejo, en deterioro
de las actividades pedagógicas.
Villavicencio et al. (2020) clasifican las conductas
disruptivas en tres tipos: 1) manifestaciones
motoras, movimientos constantes en el puesto,
levantarse con frecuencia, realizar actividades
ajenas a la clase, consumir alimentos dentro del
aula, salir del salón o ponerse de pie de forma
repetitiva; 2) manifestaciones verbales, incluyen
hablar constantemente en el aula, usar lenguaje
inapropiado, insultar, silbar, murmurar, gritar y
burlarse de los demás, y 3) manifestaciones
físicas, se caracterizan por actos agresivos como
golpear, dañar objetos personales y ajenos, y
empujar a los compañeros.
Es importante destacar que estas conductas
disruptivas no solo afectan el proceso de
aprendizaje de los estudiantes involucrados, sino
también el de todo el grupo. Entonces, las aulas
disruptivas se caracterizan por la presencia de
comportamientos inapropiados dentro de las
instituciones educativas, donde el rol docente
es crucial. No solo se interrumpe el aprendizaje,
sino que se vulnera la convivencia y el bienestar
de los niños. El docente, al estar inmerso en
estas aulas y tener una relación directa con
estas situaciones, debe estar capacitado
para abordarlas de manera adecuada y en el
momento oportuno.
Desde otro punto de vista, el desarrollo
afectivo, se constituye en un factor relevante,
dado que las personas poseen un esquema
emocional desde su nacimiento, mediante el
cual se desenvuelve en el contexto. Según
Piaget, el desarrollo emocional de un niño
está estrechamente vinculado al desarrollo
cognitivo, y comienza con una búsqueda
instintiva del afecto materno. Sin embargo, a
medida que el niño atraviesa las distintas etapas
de su desarrollo, surge una distinción entre
los estímulos placenteros y los amenazantes,
lo que fomenta una relación más matizada
entre sus estados emocionales y su entorno.
Esta interacción de las dimensiones afectiva y
cognitiva dota a los niños de las herramientas
necesarias para adaptarse emocionalmente,
siempre que se establezca un vínculo seguro
caracterizado por el respeto de los límites
personales (Equipo Editorial Eres Mamá, s.f.).
Así mismo, en las etapas tempranas, se toma en
cuenta las habilidades sociales, cuyo término se
refiere a un conjunto de comportamientos que
le permiten a una persona desarrollarse en un
contexto interpersonal o individual, posibilitando
la expresión de sentimientos, deseos, actitudes,
derechos u opiniones de manera adecuada
a la situación, lo que facilita la generación de
soluciones a problemas actuales o futuros. En
sintonía, Villegas et al. (2018, como se citó
en Mendoza-Medina, 2021) establecen que las
conductas se manifiestan como una variedad de
comportamientos que denotan una interacción
social exitosa. Además, se caracterizan por la
facilidad para expresar pensamientos sin dañar a
los demás, la capacidad de expresar emociones
y puntos de vista, la habilidad para trabajar en
conjunto y con empatía, así como la capacidad
de adaptarse a diferentes entornos sociales.
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En línea con lo anterior, es posible identificar
que el desarrollo de estas habilidades es
fundamental para los estudiantes, ya que
les ayuda a establecer relaciones amistosas
y saludables, y formar vínculos laborales
productivos. En el ámbito educativo se
fomentan estas competencias, esenciales para
crear un ambiente de aprendizaje positivo
y colaborativo, dado que la capacidad de
interactuar de manera efectiva y respetuosa no
solo mejora la cohesión social dentro del aula,
sino que también fomenta un entorno donde
los estudiantes se sienten valorados y seguros;
en consecuencia, se fortalece su motivación y
participación en el aprendizaje.
Por lo tanto, es crucial que las instituciones
educativas implementen estrategias y
programas que promuevan el desarrollo de
estas habilidades desde una edad temprana.
Esto asegura un desarrollo integral y prepara a
los estudiantes para un futuro exitoso, tanto en
el ámbito personal como profesional. Asimismo,
la integración de estas competencias en el
currículo educativo contribuye a la formación de
ciudadanos capaces de enfrentar los desafíos
del mundo moderno con empatía, colaboración
y adaptabilidad; valores esenciales en una
sociedad globalizada y en constante cambio.
Así, las estrategias pedagógicas en el aula son
todas las acciones del maestro que facilitan la
formación y el aprendizaje de las disciplinas en
los estudiantes. Para que estas estrategias no
se reduzcan a simples técnicas, deben apoyarse
en una sólida formación teórica de los maestros,
dado que en la teoría reside la creatividad
requerida para abordar la complejidad del proceso
de enseñanza y aprendizaje. Para Torres (2021),
todas las acciones que se deseen implementar
en el aula de clase deben tener un propósito
claro de enseñanza y aprendizaje, de manera
que el estudiante logre obtener un aprendizaje
significativo o desarrolle habilidades que le
permitan afianzar conocimientos y destrezas. Es
fundamental que estas estrategias pedagógicas
se diseñen con el fin de transmitir información
y, además, fomentar el pensamiento crítico, la
resolución de problemas y la aplicación práctica
de los conocimientos adquiridos.
En este contexto, también se identifica el
juego pedagógico como enfoque educativo
crucial, el cual se debe reconocer como un
método valioso de aprendizaje donde los niños
se involucran en situaciones que les ayudan a
comprender las complejidades del mundo. A,
Reyes-Rodríguez (2022) subraya que los juegos
se relacionan con el concepto de herramienta
pedagógica, al representar simbólicamente
la naturaleza autónoma y autorreferencial del
juego. Teniendo en cuenta que la formación de
representaciones sociales durante la infancia es
tan significativa, como cualquier otra actividad
que requiere participación personal para
crear experiencias enriquecedoras y fomentar
el disfrute colectivo del grupo, es esencial
reconocer el profundo aspecto sociocultural del
comportamiento humano, que resalta nuestra
capacidad inherente para adaptarse y prosperar
en diversos entornos sociales.
Este factor clarifica el interés del juego dentro
del proceso infantil, y con ello surge la exigencia
de incorporar la visión de los educadores, ya que
cada uno posee un papel fundamental. Además,
al propiciar nuevos espacios que les permita a
los niños acercarse al juego como facilitador del
aprendizaje, desde lo individual hasta lo grupal,
se reconoce no solo el valor educativo del juego,
sino también su capacidad para fomentar el
desarrollo social y emocional de los estudiantes,
preparándolos para interactuar efectivamente
en una variedad de contextos sociales. Este
enfoque holístico asegura que los estudiantes no
solo adquieran conocimientos académicos, sino
que también desarrollen competencias sociales
y emocionales, esenciales para su crecimiento
integral y éxito futuro.
En consonancia con el desarrollo social expuesto,
cuya finalidad es contribuir al desarrollo pleno
de la vida humana, un factor presente es el
conflicto, dado que es una situación cotidiana
en cualquier ambiente, donde los partícipes de
este problema deben ser conscientes de los
efectos y consecuencias. Al respecto, Castro
(2011, como se citó en Grajales et al., 2019)
afirma que la sociedad está orientada a las
agresiones, debido al interés egocentrista de los
sujetos, que, además, toman a su favor la falta
de normas para que un ambiente sea adecuado
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para el desarrollo de la comunidad. No obstante,
aprender a resolver el conflicto requiere de la
inteligencia emocional, ya que esta permite que
los individuos sean capaces de establecer una
comunicación asertiva y empática, de tal modo
que las diferencias sean opciones de intercambio
donde prevalece el trabajo en equipo.
Para alcanzar el aprendizaje social, es
fundamental una base que surja de la
interacción con los demás. El desarrollo
de nuevas aptitudes depende de cómo las
habilidades individuales se combinan para
beneficiar a la comunidad. En la primera
infancia, se promueve que los niños adopten un
rol activo y actúen como orientadores, puesto
que esta dinámica fomenta el desarrollo de
situaciones problemáticas en las que destacan
aptitudes como la empatía, la escucha activa y la
negociación. Esto se enmarca en una pedagogía
de la paz, que valora la voz de cada sujeto,
promoviendo un diálogo que permita intervenir
y resolver circunstancias de manera íntegra
para garantizar una convivencia pacífica.
Esta metodología, según lo articulado por el
Centro Internacional para la Educación y el
Desarrollo Humano (2004, como se citó en
Aristizábal, 2019), desempeña un papel esencial
en el fomento de relaciones constructivas y el
establecimiento de un entorno donde todas las
personas se sientan valoradas y respetadas,
contribuyendo así al desarrollo integral de los
individuos.
Metodología
Blasco y Pérez (2007) destacan que el enfoque
cualitativo es esencial para examinar la realidad
dentro de su contexto natural, ya que permite
capturar y analizar los eventos desde una
perspectiva que privilegia su comprensión
contextualizada y dinámica. Este enfoque
cualitativo resulta crucial en la educación
infantil, especialmente para la observación y
análisis de conductas agresivas, que suelen ser
un fenómeno común en las interacciones entre
compañeros. La elección de este método en
la investigación se justifica plenamente, dado
que no solo permitió alcanzar los objetivos
planteados, sino que también favoreció una
comprensión más profunda de las relaciones
entre pares, maestros y estudiantes, al
considerar a los sujetos como cocreadores
activos de las realidades que emergen a lo largo
del proceso investigativo.
En línea con lo anterior, la investigación se
fundamentó en la metodología de investigación-
acción, en la cual, según Yuni y Urbano
(2005, como se citó en Cardozo, 2020), los
participantes comprenden las fluctuaciones del
contexto comunitario, lo que les permite tomar
decisiones informadas. Esta aproximación
facilita una comprensión más profunda de las
experiencias de los maestros con los niños,
cuya manifestación en las aulas convencionales
exhiben ciertas conductas disruptivas que
impactan negativamente en la calidad del
proceso de enseñanza y aprendizaje. De
este modo, el alcance descriptivo permitió
observar aspectos específicos del fenómeno,
delimitando las características individuales de
cada sujeto. En concordancia con Sabino (1992,
como se citó en Guevara Alban et al., 2020),
este tipo de estudio ofrece mayor confiabilidad
en las observaciones, dado que organiza las
condiciones en función de la manifestación del
problema. Esto permite una valoración más
precisa en el ámbito educativo, facilitando una
interacción profunda con los participantes para
comprender cómo el fenómeno afecta a la
población y evaluar sus efectos.
A partir de lo anterior, la muestra estuvo
conformada por siete profesores de primera
infancia (de grados prejardín, jardín y
transición), y por diez estudiantes de entre 5 y 6
años, seleccionados en función de las conductas
específicas indagadas.
Para el proceso de recolección de información,
se emplearon tres técnicas cualitativas clave:
cuestionarios iconográficos dirigidos a los
niños, observación directa a un grupo de
estudiantes y entrevistas semiestructuradas
dirigidas a los docentes. Estas herramientas,
por un lado, permitieron una comprensión más
profunda y holística de las experiencias de los
niños en relación con las conductas disruptivas.
El cuestionario iconográfico aclaró los desafíos
de socialización infantil y las percepciones
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de los niños sobre las interacciones sociales. Por otro lado, las entrevistas semiestructuradas
con los educadores facilitaron la exploración detallada de la intermitencia de los patrones de
crianza como factor que contribuye a estos comportamientos, basándose en las experiencias
y observaciones de los educadores. En última instancia, la observación participante se empleó
para discernir contextualmente el surgimiento de estos comportamientos en el entorno escolar,
resumiendo así la intrincada dinámica de estos escenarios.
Con esta información, se triangularon los datos, los cuales fueron cruciales para contrastar y
complementar los hallazgos de múltiples técnicas. Este enfoque facilitó la identificación de patrones,
temas y significados, mejorando la comprensión del fenómeno estudiado. La triangulación refor
la validez de los resultados y permitió una interpretación integral de las conductas disruptivas
y sus causas, incorporando los puntos de vista de los niños, los maestros y las observaciones
directas.
El cuestionario iconográfico otorgó voz a los niños en la recolección de datos, puesto que les
proporcionó seguridad al relatar información sobre sus elecciones a través de representaciones
gráficas. Esta metodología, formulada para adaptarse a las capacidades cognitivas y emocionales
de los niños, les permitió participar activamente en el proceso de recopilación de datos, gracias
a que facilitó su capacidad de transmitir información a través de sus propias selecciones e
ilustraciones, obteniendo ideas importantes que habrían permanecido esquivas a través de los
enfoques verbales tradicionales.
Por otro lado, mediante las entrevistas semiestructuradas, se logró recopilar las perspectivas de
los docentes acerca de las conductas de los niños en el aula y de las estrategias de intervención
utilizadas. Estas entrevistas permitieron articular diferentes puntos de vista en un espacio informal
(Flick, 2012, como se citó en Mata, 2020). La vinculación de las respuestas de los participantes con
fundamentos teóricos permitió clasificar la información recopilada según frecuencias de categorías
de análisis, lo que proporcionó una visión más clara sobre la frecuencia de estas conductas
disruptivas y las estrategias para abordarlas en el ámbito educativo.
La observación, según Hernández et al. (2010, como se citó en Rincón, 2023), es una estrategia de
registro de datos que vincula los ideales con la manera en que se enfrentan diversas situaciones.
Esta técnica permite abordar directa o indirectamente el contexto del problema. Por lo tanto,
la observación se realizó a un grupo de cinco niñas y trece niños, con edades entre 5 y 6 años.
Estos estudiantes mostraron variaciones en sus conductas, entre ellas, falta de motivación, baja
interrelación entre sí y un excesivo nivel de autoridad y dominancia, lo que resultó en un alto
grado de agresividad y desafío hacia los adultos. Estos indicadores fueron clave para determinar
la frecuencia y el contexto en que se manifestaban estas conductas, reflejando las experiencias
cotidianas de los niños.
Resultados
Para entender los principios del aprendizaje social y su relación con los resultados de la
triangulación, se utilizó el diagrama de árbol (ver Figura 1), cuyo método permite ilustrar de
manera conceptualizada las relaciones conceptuales entre las categorías de análisis, por ende,
posibilita la disposición de los componentes de manera jerárquica, simplificando la interpretación
de la conexión entre los distintos factores y su veracidad.
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Figura 1
Aprendizaje social
De acuerdo con la Figura 1, el aprendizaje social se basa en cuatro pilares fundamentales para
el desarrollo integral de los niños en el aula. Estos pilares mejoran las habilidades sociales y el
desarrollo de contenidos, creando un ambiente saludable y enriquecedor para el aprendizaje.
Sin embargo, un análisis de la evolución de las competencias sociales en el entorno educativo
reveló una deficiencia en la preferencia del aprendizaje social. Los estudiantes se concentran de
forma predominante en sus necesidades y logros académicos personales, con frecuencia evitan
las conexiones interpersonales y, cuando se esfuerzan por relacionarse con sus compañeros de
clase, suelen demostrar una capacidad inadecuada para adaptarse al entorno. Esta situación
puede provocar sentimientos de frustración y, en algunos casos, comportamientos agresivos como
reacción a diversas circunstancias. Este escenario subraya la necesidad de fomentar la inteligencia
emocional y las habilidades colaborativas, dado que ambas inducen un estrés significativo entre
los alumnos.
Esto indica que el desarrollo de la inteligencia emocional y las habilidades colaborativas constituyen
factores que inducen un estrés sustancial entre las personas. En consecuencia, emprender la
iniciativa para determinar la importancia del desarrollo afectivo durante la primera infancia, como
lo demuestran las narrativas de los estudiantes, reveló que en esta fase de desarrollo poseen una
profunda necesidad emocional que ejerce una influencia en sus vidas. Por lo tanto, es imperativo,
dado que, en los años de formación, los niños construyen activamente sus identidades y requieren
un entorno seguro para interactuar con su entorno.
En este sentido, es evidente que la afectividad es fundamental, ya que permite a los niños ir más
allá de las experiencias emocionales al tener en cuenta sus inclinaciones, intereses y preferencias,
determinantes que pueden moldear sus comportamientos. Así, es crucial inspirarlos y dirigirlos a
través del apoyo afectivo para facilitar su desarrollo holístico.
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Así mismo, acorde con las perspectivas de los
docentes frente a las aulas disruptivas, se reveló
una preocupación constante por la frecuencia
de conductas inadecuadas en el aula, las cuales
obstaculizan el óptimo desarrollo de los objetivos
de aprendizaje. Esto demostró la necesidad
de transformar los procesos educativos y
enfocarse en la sana convivencia y el desarrollo
de un sentido de pertenencia. Esto implica la
creación de ambientes positivos en el aula,
fomentar la participación recíproca de todos los
actores involucrados y mejorar las relaciones
mediante el diálogo y la reflexión entre pares.
Además, se acentuó la importancia del vínculo
entre la escuela y el hogar, destacando que esta
relación es crucial para el desarrollo integral de
los estudiantes.
En concordancia con lo anterior, se identificó la
influencia del entorno familiar en la disrupción,
debido a que se considera que las conductas
presentadas por los niños en clase, a menudo,
reflejan lo que experimentan en el hogar.
Manifestando así que los estudiantes que
se habitan en entornos violentos tienden a
adoptar estas conductas, percibiéndolas como
“normales” y no reconociendo la gravedad de sus
actos. Además, los niños en la primera infancia
están inmersos en una etapa de desapego del
núcleo familiar, lo que puede manifestarse en
cambios frecuentes de comportamiento por
sentimientos de abandono y falta de apoyo
afectivo de los padres.
Del mismo modo, el impacto de la conexión
familiar es pronunciado, ya que los
comportamientos que se producen dentro y
fuera del entorno educativo sirven como una
manifestación destacada de cada hogar, lo
que lleva a los niños normalizar sus modos
de interacción con los demás, a menudo sin
darse cuenta de que las acciones agresivas
no son conductas propicias en el entorno
de sus compañeros, y permanecen ajenos
a su gravedad. Sin embargo, es primordial
complementar el ingreso a la escolaridad,
puesto que en esta etapa los niños
experimentan una separación repentina con sus
cuidadores principales, ocasionando cambios
en su conducta, debido a un mal manejo
emocional, en consecuencia, los niños pierden
su estabilidad social. Ese desapego abrupto
requiere del apoyo de un ambiente familiar
positivo, a fin de facilitar la comunicación social
y emocional en los menores.
El juego como una estrategia pedagógica en los
procesos de aprendizaje escolar se presenta
como una táctica efectiva para fomentar las
relaciones entre pares, ya que permite una
proximidad socioemocional, donde los niños
pueden participar en actividades que les
interesan y les gustan, facilitando el intercambio
de ideas con otros. Esta estrategia requiere de
una interpretación cooperativa que permita a
los menores asumir roles dentro de la actividad,
aprendiendo a convivir con tolerancia y respeto
hacia las diferentes formas de jugar de cada
individuo. Así, se adoptan comportamientos
sociales positivos, integrando el disfrute
cotidiano en diversos contextos.
En resumen, el desarrollo integral de los
estudiantes en la primera infancia requiere
un enfoque multifacético que incluya el apoyo
emocional, la colaboración entre escuela y
familia, y el uso de estrategias pedagógicas
como el juego para fomentar habilidades sociales
y emocionales. Este enfoque no solo mejora el
ambiente escolar, sino que también prepara a
los niños para una vida social saludable y el
éxito académico, siendo el aprendizaje social un
eje central en este proceso.
Así, el aprendizaje social es un mecanismo
crucial mediante el cual los niños adquieren
conocimientos al observar las acciones y
comportamientos de los demás en su entorno.
Este proceso impacta significativamente en
el desarrollo cognitivo, académico y social,
permitiendo la formación de valores y principios
esenciales para la convivencia.
La observación e imitación de modelos de rol
desempeñan un papel esencial, debido a que
los niños tienden a replicar conductas positivas
que observan en su entorno. Albert Bandura,
en su teoría del aprendizaje social, destacó el
aprendizaje vicario, mediante el cual los niños
asimilan lecciones a través de las experiencias
de otros, evitando errores sin enfrentarse
directamente a las consecuencias. Estas
dinámicas son fundamentales para construir
El aprendizaje social: compromiso para asumir retos en las aulas disruptivas
50 Leisa Daniela Rodríguez Rodríguez
Melanny Paola García López
Revista Unimar Enero-Junio 2025
e-ISSN: 2216-0116 ISSN: 0120-4327 DOI: https://doi.org/10.31948/rev.unimar
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su identidad y desarrollar habilidades como la
resolución de conflictos y la gestión emocional.
Sin embargo, la efectividad del aprendizaje
social en las aulas depende, en gran medida,
de las estrategias pedagógicas utilizadas por
los educadores. Las prácticas convencionales,
que no se alinean con los objetivos
contemporáneos, contribuyen a interacciones
inadecuadas y a un ambiente de insatisfacción
para estudiantes y profesores. En respuesta,
los estudiantes adoptan comportamientos
de compañeros que consideran ejemplares,
ajustándose así a las dinámicas del aula y
promoviendo la cohesión social.
Por otra parte, la respuesta de los educadores,
en ocasiones, recae en enfoques controladores
que buscan equilibrar los comportamientos,
pero que pueden limitar la autonomía y
participación de los estudiantes. Por lo tanto,
es importante que este control se complemente
con estrategias que promuevan un aprendizaje
inclusivo y dinámico, permitiendo a los niños
desarrollar habilidades sociales y emocionales
que los preparen para enfrentar con éxito los
retos del futuro.
Discusión
Teniendo en cuenta que el aprendizaje social
es una base vital para la primera infancia, los
resultados de este estudio señalan dificultad
en el manejo de las conductas disruptivas.
Heyes (1993, como se citó en Ojeda etal., 2018)
concluye que la formación transversal conlleva
que los sujetos se adapten a su entorno,
intercambiando las perspectivas individuales.
La agresividad es una forma de comunicación
no verbal que se manifiesta como una respuesta
emocional que busca la atención por parte de
los menores. En este contexto, las estrategias
utilizadas por el cuerpo docente no abordan
adecuadamente las necesidades integrales de
los menores; en consecuencia, en las clases,
no hay participación de los niños, ya que son
clases magistrales en las cuales el docente es
el eje central, tampoco hay interacción con los
estudiantes. Esto empeora el problema, debido
a que existe un limitante pedagógico
Por otro lado, es crucial analizar las circunstancias
únicas de cada estudiante, reconociéndolos
no como modelos sociales homogéneos, sino
como individuos con necesidades emocionales
espeficas. Según Guevara Benítez et al.
(2020), los niños de primera infancia comienzan
a comprender las emociones de los demás
y las propias; su capacidad para manejar
su comportamiento y evitar los impulsos
emocionales depende de estos elementos. Por
ende, estas necesidades deben ser atendidas
para regular eficazmente sus respuestas
emocionales, al hacerlo, se promueve un
entorno de aprendizaje más inclusivo y sensible,
que reconoce y valora la diversidad emocional
y social de cada estudiante, lo cual es esencial
para su desarrollo integral.
Así mismo, el objeto de estudio requiere de
factores importantes, tales como la convivencia
educativa, debido a que los niños y niñas
empiezan a ejercer la toma de decisiones
frente a cada elemento que interfiere con su
proceso. Por ende, deben consensuarse pautas
donde prevalezca el bienestar de cada sujeto
dentro y fuera del aula, considerando que
la emocionalidad con la cual se afrontan las
circunstancias es diferente en cada persona. A
partir de esto, se puede respetar las respuestas,
así como guiar el intercambio del diálogo para
contribuir al crecimiento personal; además, la
forma de relacionarse debe entablar algunas
normas, con el fin de que los infantes puedan
negociar sus límites (Calderón et al. 2018).
En consecuencia, debe prevalecer las
singularidades de cada uno y hallar el camino
que permita conocer los rasgos culturales, ya
que, como conjunto social, emergen en los
niños modificaciones en la forma en cómo se
comunican cuando salen del entorno familiar,
enfrentándose a un contexto social donde
muestran las costumbres y valores inculcados
en el hogar para aportar al crecimiento de sus
pares.
Ahora bien, en el ámbito educativo, se
implementan intervenciones pedagógicas a
través del juego para facilitar la socialización
de los menores. Esta metodología permitió
a los docentes manejar el aprendizaje social
de manera más efectiva, contribuyendo a
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mejorar las conductas disruptivas que afectan
negativamente tanto al individuo que las
presenta como al entorno educativo. Vygotsky
(1978, como se citó en Pérez et al., 2020) afirma
que es relevante brindar a los niños entornos
diversos para que adquieran los conocimientos y
habilidades esenciales, así como crear sistemas
y herramientas que permitan la comprensión
de los mecanismos sociales que fomentan las
actividades grupales afectivas, ofreciendo, a
educadores y a personas que se están formando
para el trabajo con niños, herramientas bases
para afrontar la diversidad del aula.
En un análisis exhaustivo de la dinámica del
aula, destinado a evaluar los comportamientos
de los estudiantes, el educador está facultado
para adaptar el entorno de aprendizaje de
acuerdo con los rasgos más destacados que
prevalecen en los estudiantes. Este enfoque
tiene en cuenta las diversas necesidades que
mejoran la interacción social, reduciendo así
los casos de conductas inadecuadas (Bandura,
1977, como se citó en Delgado, 2019).
Como resultado de la implementación del juego
pedagógico dentro del aula, la mejora más
significativa observada fue el aumento de la
participación y la motivación de los niños en las
actividades relacionadas con la socialización y la
interacción dentro del entorno educativo, esto
debido al uso de retroalimentación inmediata
que usan ellos mismos al apreciar nuevas
experiencias que requieren del apoyo entre
pares para cumplir el propósito del juego.
Acorde con estos principios, surge la necesidad
de orientar a los docentes en el uso de una
estrategia flexible a los diferentes requerimientos
de la comunidad:
1. Evaluación: se recomienda observar y notificar
todas las variaciones de las conductas dentro
y fuera del aula, de tal modo que se le permita
al docente estructurar un plan de acción
2. Tipo de juego:
a. A partir de las anotaciones, se debe tener
en cuentas la etapa de desarrollo en la
que se encuentren los estudiantes y las
conductas con mayor preponderancia.
b. Se deben determinar, teniendo en cuenta
las diversas aptitudes que se desea
fortalecer, los juegos que suplan el manejo
adecuado de la socialización (roles,
simbólico, circuitos deportivos y de mesa).
3. En práctica:
a. Es necesario el acompañamiento guiado
durante cada uno de los juegos, pero se
debe permitir la interacción natural de los
niños. Igualmente, se deben establecer
pautas para el pleno desarrollo de estas
interacciones.
b. Realizar el seguimiento continuo para
verificar los avances de cada acción, con
el fin de mejorar las falencias.
A la luz de la extensa investigación realizada
sobre este tema, donde se aclara que el asunto
en cuestión trasciende la caracterización de
ser simplemente una distracción en el aula,
encapsulada en etiquetas como «niño cansón»,
se hace imperativo implementar medidas
proactivas desde el inicio mismo de la educación
formal, para garantizar el desarrollo holístico
integral y óptimo de los estudiantes.
Además, el análisis de la metodología que implica
juegos adaptables revela que el elemento
fundamental del beneficio compartido tiene
sus raíces en el movimiento físico, dado que
se ha demostrado que la estimulación motora
facilita significativamente la capacidad de los
estudiantes para expresarse con mayor libertad
y participar activamente en diversas actividades
educativas, lo que mejora su motivación general.
Esta transformación del comportamiento es
crucial para fomentar un entorno de aprendizaje
propicio. Por lo tanto, es de suma importancia
reconocer estos hallazgos e integrar estos
enfoques dinámicos en las prácticas educativas
para promover no solo el éxito académico, sino
también el crecimiento integral de cada alumno.
Considerando la información analizada, se
coincide en que debido a la escasa profundización
sobre esta temática en el ámbito pedagógico se
sigue repitiendo interpretaciones inadecuadas
de las conductas generadas en los estudiantes,
lo que lleva a estereotipar a los niños en las
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aulas de clase, evidenciando como daño colateral
un mayor desgaste físico presentado por los
docentes con respecto a su quehacer docente,
lo que es un limitante para el desarrollo de los
objetivos propuestos, que buscan el proceso de
un ambiente pleno para su desarrollo social.
Finalmente, las conductas son un eje cotidiano
que se presentan en las aulas; no obstante, al
tratarlas desde edades tempranas, se puede
alcanzar un mayor nivel metodológico. Además,
los menores son más accesibles, lo que permite
la adaptabilidad de diversas acciones de manejo
frente al nivel de respuesta de cualquier
problemática social que esté a su alcance.
Conclusiones
En el contexto educativo actual, las escuelas
enfrentan importantes desafíos derivados de
dinámicas sociales, como la falta de interacción
efectiva y emocional, el manejo inadecuado de
conflictos, que influyen tanto en los estudiantes
como en los educadores, entre otros. La
disrupción en estos espacios no solo se
manifiesta en conductas visibles, sino también
en la pérdida de conexiones significativas
entre los actores educativos, impactando
negativamente el aprendizaje y el desarrollo
integral. El aprendizaje social se vuelve esencial
para transformar las aulas en espacios de
crecimiento colaborativo, promoviendo la
interacción respetuosa, la participación activa y
el bienestar emocional de todos los involucrados.
Esto implica un compromiso colectivo entre
docentes, instituciones y familias para abordar
los factores que obstaculizan el desarrollo de
competencias sociales y emocionales, esenciales
para crear comunidades educativas más
inclusivas y dinámicas. Desde esta perspectiva,
dicho análisis señala las principales causas de
la disrupción en las aulas y permite proponer
estrategias para enfrentarlas desde un enfoque
integral, promoviendo el aprendizaje social
como base del desarrollo humano y académico.
Entre las principales causas de las aulas
disruptivas, se encuentra la limitada interacción
entre los estudiantes, que conduce a una pérdida
de interés por el diálogo respetuoso. Este déficit
de comunicación genera aislamiento y afecta
negativamente su desarrollo social y emocional.
En este contexto, otro componente influyente en
esta situación es el cuerpo docente, que a menudo
no se interesa por el proceso de enseñanza y
aprendizaje para que se desarrolle desde una
perspectiva integral y fomente el pensamiento
crítico y la participación activa en el aula. Esto
resulta en una experiencia monótona y poco
estimulante en las instituciones educativas;
además, no promueve el crecimiento integral
de los alumnos.
Para responder a esta problemática, es esencial
brindar a los educadores herramientas efectivas
mediante la implementación de metodologías
activas, para que asuman de manera consciente
su papel fundamental como facilitadores del
proceso de aprendizaje. Esto implica asumir con
conciencia y responsabilidad su profesión, que
es social, emocional, exigente y con múltiples
desafíos diarios. En este sentido, los educadores
deben ser capacitados para identificar y
responder a las necesidades emocionales y
sociales de los estudiantes, utilizando estrategias
pedagógicas que promuevan un entorno de
aprendizaje inclusivo y positivo.
Una estrategia clave para fomentar el aprendizaje
social en el aula es la implementación de
juegos simbólicos, tecnológicos y corporales,
ya que propician una línea de mejora frente a
la desmotivación en el aula. Los estudiantes
consideran que estas acciones son un medio
efectivo de formación, porque valoran sus
sentimientos y los consideran funcionales en
el desempeño social de la comunidad. El uso
de estas metodologías lúdicas fomenta la
creatividad, la cooperación y el respeto entre
los alumnos, lo que contribuye a un ambiente
educativo más dinámico y enriquecedor.
Ignorar el desarrollo de habilidades sociales
y emocionales en la infancia no solo afecta el
desempeño académico, sino que también tiene
repercusiones a largo plazo, como dificultades
en la toma de decisiones y conflictos en la vida
adulta. Estos hallazgos pueden atribuirse, al
menos parcialmente, a una deficiencia en la
inteligencia emocional, la cual obstaculiza la
capacidad de las personas para comprenderse a
sí mismas y a los demás. La falta de habilidades
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emocionales y sociales puede llevar a problemas
de adaptación en diversos contextos, tanto
personales como profesionales. Esto subraya
la importancia del aprendizaje social como
una herramienta esencial para prevenir estas
limitaciones.
Por consiguiente, implementar enfoques
profundos y sistemáticos en los entornos
educativos es una respuesta necesaria para
abordar los desafíos identificados. Estos enfoques
deben lograr conectarse con sus emociones y
desarrollar habilidades para resolver conflictos
de manera pacífica. Esto también incluye
integrar programas de educación emocional y
social en el currículo escolar, la capacitación
continua de los docentes en estas áreas y la
creación de un ambiente escolar, que apoye el
bienestar emocional de todos los estudiantes. Al
hacerlo, se contribuye a formar individuos más
equilibrados, capaces de manejar sus emociones
de manera constructiva y de interactuar
positivamente con los demás, fundamental para
su éxito y bienestar a lo largo de la vida.
Conflicto de interés
Los autores declaran que no existe ningún
conflicto de intereses en relación con la
investigación, autoría y publicación de este
artículo. Todas las opiniones y resultados
presentados son independientes y no están
influenciados por ninguna entidad o financiación
externa que pudiera afectar la objetividad o la
imparcialidad del estudio.
Responsabilidades éticas
La responsabilidad ética implica el compromiso
de informar a los sujetos de investigación
que su participación no tendrá repercusiones
negativas para su bienestar. Esto garantiza que
no haya riesgos para su estabilidad, cumpliendo
así con lo estipulado en la Resolución 8430 de
1993, específicamente en el título 2, capítulo
1. En concordancia con esta resolución, se
enfatiza la importancia de la confidencialidad.
Todos los datos utilizados serán tratados con
estricta privacidad, y no serán divulgados. Para
asegurar esto, se obtuvo una autorización en la
que se detalla que la información consensuada
de los participantes se manejará de manera
que su bienestar permanezca intacto durante y
después de la investigación, lo que conlleva que
la integridad personal se mantenga intacta y en
óptimas condiciones (Ministerio de Salud, 1993).
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Contribución
Leisa Daniela Rodríguez Rodríguez:
investigador principal. Inmerso durante todo
el proceso de investigación y estipulación del
artículo investigativo
Melanny Paola García López: investigador
principal. Inmerso durante todo el proceso
de investigación y estipulación del artículo
investigativo.
Todos los autores participaron en la elaboración
del manuscrito, lo leyeron y aprobaron.