
Uso de la pedagogía afectiva en la labor docente
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Jhoanna Carolina Ortiz Villota
Mayra Alejandra Juajinoy Villota
Billy Jhon Marroquín Alderete
Diego German Basante Noguera
Revista Unimar Enero-Junio 2024
e-ISSN: 2216-0116 ISSN: 0120-4327 DOI: https://doi.org/10.31948/rev.unimar
Rev. Unimar Vol. 42 No. 1 pp. 45-66
Introducción
“En la confluencia entre la pedagogía y la
afectividad, se encuentra el núcleo de una
educación que no solo ilumina la mente, sino que
también toca el corazón, transformando no solo
individuos, sino también comunidades enteras”.
En el ámbito histórico, la demarcación entre
emociones y racionalidad se rastrea hasta
la era de los filósofos helénicos, con especial
mención a Platón. Para Habermas (citado
por Grisolle, 2017), esta diferenciación se
acentuó con mayor profundidad durante el
Renacimiento de la Ilustración en el siglo XVII,
atribuyéndose principalmente a pensadores
como Descartes y Kant. Dentro del paradigma
filosófico occidental de ese intervalo de tiempo,
la racionalidad se concebía como un atributo
exento de influencias emocionales (Cadavid
y Parra, 2019). Esta perspectiva positivista
sentó las bases para el nacimiento de la ciencia
contemporánea, postulando que la veracidad
solo es alcanzable cuando el individuo no está
influenciado por la subjetividad y las emociones
(Narowski y Botta, 2017).
En este contexto, surgieron progresivamente
distinciones tales como cuerpo-mente,
naturaleza-cultura, esfera pública-esfera
privada y masculino-femenino, relegando las
emociones, el cuerpo y aspectos asociados al
ámbito menos privilegiado de esta dicotomía.
Sin embargo, durante la segunda mitad del
siglo XX, se observó una transición en estas
preconcepciones dominantes del pensamiento
occidental, iniciando la deconstrucción de las
rígidas bifurcaciones entre “mente” y “corazón”
en múltiples campos del conocimiento.
En décadas recientes, investigaciones en el
campo de la neurobiología han desafiado la
dicotomía tradicional entre emoción y razón,
evidenciando la intrínseca relación entre ambas.
En referencia al trabajo de Antonio Damasio
(Pereira, 2019; Otero, 2016; Martínez y Vasco,
2011), las emociones no son meramente
accesorias a la razón, sino fundamentales
para su funcionamiento. Desde este prisma,
la emoción no se sitúa en una posición
periférica o contrapuesta al proceso cognitivo
humano, sino que se integra y complementa
a él. Contrario a la concepción previa de las
emociones como potenciales obstáculos del
razonamiento, se postula que emoción y razón
son interdependientes y coexistentes.
Dicha reevaluación de las emociones y su
interrelación con la razón tiene significativas
implicancias para la pedagogía. En el ámbito
educativo, la emergencia de la pedagogía
afectiva se alinea con este entendimiento
renovado de las emociones. Esta modalidad
pedagógica reconoce que el aprendizaje no es
un proceso puramente cognitivo, sino que está
íntimamente entrelazado con las emociones y
afectos del educando.
Los autores De Riba y Revelles (2019), Nuñez
y Manzaa (2018), Benavides (2016) describen
que, a través de la pedagogía, no solo se
desarrolla las dimensiones cognitivas, sino que,
también, se busca crear ambientes educativos
donde los sentimientos, emociones y afectos
sean validados y considerados herramientas
esenciales para el aprendizaje. De ahí que, la idea
central es que el reconocimiento y la integración
de las emociones en el proceso educativo
pueden potenciar la comprensión, retención y
aplicación de conocimientos. Al considerar al
educando en su totalidad —cognitiva, emocional
y somática—, se promueve una enseñanza más
holística y personalizada.
Entonces, la pedagogía afectiva se ubica en
oposición a enfoques educativos tradicionales
que segregan y minimizan la emoción,
proponiendo en su lugar una enseñanza que
respeta y honra la complejidad humana. Esta
perspectiva reconoce que las emociones, lejos
de ser distracciones, son catalizadores que
pueden enriquecer la experiencia educativa,
fomentando la conexión, la empatía y la
profundidad en el proceso de aprendizaje.
La reconfiguración contemporánea de la
relación entre emoción y razón, así como la
consiguiente aparición y consolidación de la
pedagogía afectiva, sirvieron de catalizador
para una investigación más detallada en el