
Subjetividad, alteridad y ethos intercultural en la educación colombiana
105 Alexander Benavides-Franco
Revista Unimar Julio-Diciembre 2024
e-ISSN: 2216-0116 ISSN: 0120-4327 DOI: https://doi.org/10.31948/rev.unimar
Rev. Unimar Vol. 42 No. 2 pp. 98-111
pretende resolver el problema de la socialidad
de los Estados-nación mediante la eliminación
de las diferencias y todo lo que represente
una posibilidad de disenso. Para lograrlo, el
proyecto de la modernidad europea implementa
la estrategia de la incorporación, que según
Esterman (2009), constituye el acto nal de
eliminación de la alteridad, y cuya principal
variante sería la práctica de la inclusión.
Esta práctica, según el autor, se basa en una
premisa básica de asimetría y dominación en
la que se supone un sujeto activo que incluye
y un objeto pasivo que es incluido: «El objetivo
de este proceso es una sociedad basada en un
proyecto exógeno de ‘desarrollo’, ‘civilización’
y ‘bienestar’, que se traduce en la actualidad
en términos de ‘modernidad’, ‘tecnología’,
‘participación’ y ‘consumo’» (Esterman, 2009, p.
63). En otras palabras, se incluye para imponer
un proyecto y una visión del mundo, para que
nadie quede fuera de ese orden impuesto. Se
incluye, en última instancia, para negar las
diferencias y la alteridad, y para congurar la
socialidad bajo la lógica de la totalidad.
Así, según Fornet-Betancourt (2004), en la
actualidad existen sociedades inclusivas,
pero sistemáticas y estructuralmente
discriminatorias. Según el autor cubano, no
se trata simplemente de incluir, por ejemplo,
al indígena y sus conocimientos tradicionales
dentro de un orden dominante, sino de
reestructurar los derechos de todos dentro de
ese orden. Para él, la estrategia intercultural,
para no convertirse en “inclusivista” en ese
sentido, debe abrir el marco de los derechos.
Es decir, se trata de descentrar y reestructurar
esos derechos en lugar de incluir a los
demás dentro del derecho vigente (Fornet-
Betancourt, 2004).
Un ejemplo de esta inclusión en el derecho
vigente es, según el autor, el concepto de
ciudadanía que, con frecuencia, en el marco
jurídico, se convierte en una herramienta de
exclusión. De hecho, el autor cubano arma que
«en los Estados nacionales se usa el concepto
de ciudadanía como instrumento de exclusión,
es más como medio para institucionalizar la
exclusión» (Fornet-Betancourt, 2004, p. 48). Es
decir, la estrategia de incorporación e inclusión
que opera en el concepto de ciudadanía no
es más que la imposición sutil de un proyecto
hegemónico que termina por negar la alteridad.
Se podría decir que la adquisición de la
ciudadanía se convierte en un ltro a través del
cual solo pueden pasar las personas cuyo perl
se ajusta a los requisitos del proyecto iluminista:
hombre, blanco, católico, propietario, educado
y heterosexual. Por lo tanto, aquellos individuos
que no encajen en ese perl, es decir, lo que
Ricardo Salas llama ‘subjetividades emergentes’
–mujeres, negros, indígenas, analfabetos,
homosexuales, etc. –, quedarían en el ámbito
de la ilegalidad, bajo la vigilancia y el castigo de
la ley que los excluye.
Como señala Castro-Gómez (2000), la
pedagogía sería la encargada de materializar
ese tipo deseable de subjetividad moderna, y
por eso, la escuela se convierte en el espacio
donde se forma ese tipo de sujeto requerido por
los ideales reguladores de las constituciones.
Allí, los niños deben adquirir los conocimientos,
habilidades, valores y modelos culturales que
les permitan desempeñar un papel productivo
en la sociedad. De esta manera, la escuela
enseñaba a ser un “buen ciudadano”, pero no
un buen campesino, un buen indígena o un
buen negro, ya que todos estos tipos humanos
se consideraban parte del ámbito de la barbarie.
Fornet-Betancourt (2004) critica la educación
como instrumento del Estado-nación, ya que no
puede abordar la diversidad latinoamericana.
El autor considera importante «hacernos
responsables del daño que ha signicado el Estado
nacional con su manera homogénea de educar
para una vida uniforme que ignora la diversidad
de las memorias históricas de este continente»
(p. 50). De hecho, el sistema educativo no solo
coordina el conocimiento, sino que también opera
como un ltro y un mecanismo de exclusión
de otros saberes. De esta manera, «el sistema
educativo es en realidad el dispositivo de saber
por y con el que los miembros de la élite de
una determinada comunidad cultural, política,
etc., dicen a los miembros de esa sociedad lo
que estos deben aprender» (Fornet-Betancourt,
2004, pp. 21-22).